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CINCUENTENARIO DE ROCA

CINCUENTENARIO: Discurso de homenaje de la provincia de Córdoba, por José Manuel Saravia (10/10/1965)

Julio A. Roca Hoy pone a disposición de sus lectores el sexto adelanto del libro conmemorativo por el Cincuentenario del fallecimiento de Roca de 1964, trabajo colectivo con el aval del Senado de la Nación que, por diversos motivos, no pudo ver la luz en su día, y del cual se proyecta hacer una edición digital.

En la presente ocasión presentamos el texto del discurso del Dr. José Manuel Saravia en homenaje de Córdoba al Tte. Gral. Roca frente a su estatua en la Capital Federal, que pronunciara el 10 de octubre de 1965.

 

DISCURSO DE HOMENAJE DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA
Dr. José Manuel Saravia
10 de octubre de 1965

Vivimos tiempos de desafío y de promesa, en una encrucijada histórica que es de renovación y cambio. Pero el futuro solo podrá asentarse sobre los pilares sólidos de un ayer que jamás queda al margen de la vida. Es constructivo, pues, este homenaje, porque aviva la memoria de un prócer que supo dar lecciones de grandeza y supo también avivar el sentido de la vocación de la República. Volvamos los ojos hacia él. Lo que puede lograrse por el genio político y el espíritu alerta, por el ideal encendido, por la voluntad y el trabajo, por la fe en asignar dimensiones gigantescas al destino de la patria y el tesón para alcanzarlo, Roca nos lo ha mostrado.

No son los momentos presentes más complejos que aquellos en que a él le tocó actuar. La Argentina de entonces se encontraba también fraccionada en individuos y grupos opuestos y estaba ausente entre ellos la concordia; faltaba asimismo la coincidencia en potentes objetivos comunes sin los cuales las actividades vitales disminuyen su eficacia y sentido. Perduraban, como hoy acaece, las secuelas de una época obscura, pero concurrían circunstancias agravantes que ahora no existen: la lucha fraticida asomaba con frecuencia; una tendencia al particularismo de caudillos obstinados y la hegemonía porteña, enfrentaban a la voluntad de unificación del país, y subsistían, insondables y trágicos, el desierto y el indio.

Estaba acercándose uno de esos momentos fascinantes que suele mostrarnos la historia: el del tránsito de una época a otra, aquel en que algo termina y algo nuevo, resplandeciente, comienza.

Es entonces cuando el General Roca se constituye en la fuerza nueva, impulsora y constructora de la era más brillante que haya conocido la Argentina. Su aporte a la suerte de la República fue grande y valioso.

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Había nacido en Tucumán. La patria se encontraba en esos tiempos al rojo vivo, lacerada por pugnas sangrientas, anarquía, inseguridad. La infancia es despreocupación, y la suya tuvo que ser breve porque prematuramente divisó las potencias de la muerte y el atraso embistiendo a una colectividad a la cual él se sentía secreta pero profundamente unido. Maduró, así, cuando todavía era un niño.

Su vocación de patria lo llevó a incorporarse, a los 16 años de edad, al ejército de la Confederación que luchó en Cepeda. Concluida la campaña retornó al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay pero, en la hora de Pavón, abrazó definitivamente la carrera de las armas. Desde entonces su espada estuvo al servicio del orden, combatiendo al caudillismo de “el Chacho”, de los hermanos Saá y de López Jordán y reprimiendo a quien, como Arredondo, se había alzado en desconocimiento de una elección presidencial. Roca era capitán cuando el país enfrentó a un enemigo exterior, y la hidalguía de su comportamiento, su sereno valor y las hazañas que acometió durante la guerra del Paraguay, le valieron el grado de teniente coronel y el mando de un regimiento de línea. Todos los ascensos ulteriores los ganaría también en el campo de batalla y a los 30 años sería general. El militar, sin embargo, no descuidó el cultivo de la inteligencia y autodidacta como otros grandes hombres de la época, leyó a los clásicos y adquirió una vasta cultura humanista. La larga estadía en la “frontera” y los combates y campañas sirvieron asimismo para enriquecer su espíritu al brindarle el espectáculo de la naturaleza variada, poética y fecunda que en esta tierra bendecida canta la gloria de Dios y suscita una filosofía noble y elevada. Lo acostumbraron también a la incomodidad y a las asperezas de la existencia que el vigorizar el cuerpo, vigorizan también el alma.

Amó y vivió intensamente la profesión militar y al coraje de que fueron testimonios proezas suyas, se unieron en él las mejores virtudes castrenses: voluntad firme; rapidez de decisión y puntualidad en el servicio; capacidad de hacer y responsabilidad en lo que se hace; culto del honor; sentido de comunidad.

Había perfeccionado el arte indispensable en el estadista y el político de conocer a los hombres, a los encumbrados como a los humildes, y adquirió así un conocimiento profundo del corazón humano. Era comprensivo y no condescendiente, sagaz y no presuntuoso, con algo de malicia y mucho de sabiduría. Y tenía el poder de atracción, ese poder que en toda cruzada constituye al jefe y le permite trasmitir su entusiasmo y arrastrar en su movimiento.

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Enamorado de la Argentina, Roca reflexionaba sobre su historia y sobre los días difíciles que se vivían. Un pensamiento melancólico quedó fijado en la mente del joven oficial. El clarín de la libertad había sonado por vez primera en las tierras del Plata y los ejércitos de la patria se habían batido con éxito en mil campos de batalla. Sin embargo, el territorio argentino se empequeñecía continuamente. Un malentendido pacifismo inhibió a la voluntad nacional, y provincias enteras quedaron substraídas a nuestra soberanía. Roca se prometió que ello no volvería a ocurrir, mientras él pudiese impedirlo. Cumpliría cabalmente el compromiso moral que contrajo consigo mismo.

A principios de 1876 los países de la Triple Alianza concluyeron los tratados de paz con el Paraguay. En ellos se convino que la posesión definitiva de Villa Occidental y su territorio adyacente hasta Río Verde sería sometida al arbitraje del Presidente de los Estados Unidos. Una vez más, quedaba comprometida la suerte de vastas extensiones sobre las cuales había flameado la bandera argentina. El 12 de noviembre de 1878, sin fundar su laudo, el Presidente Hayes decidió que el área en litigio pertenecía a Paraguay. Roca recibió la noticia con dolor.

El soldado pensaba ya como estadista y su conocimiento de la política hacíale comprender que a veces el derecho no es suficiente para afirmar en los hechos la realidad de la soberanía. Roca supo siempre que la soberanía es el producto feliz de una combinación entre el derecho y la voluntad y la fuerza requeridas para sostenerlo. El laudo arbitral de Hayes le afirmó en esa idea. Nada podía hacer Roca, sin embargo, puesto que el país se había obligado a acatar el fallo y ello comprometía el honor de la Nación. La providencia tenía reservadas otras empresas para Roca.

Ministro de Guerra y Marina desde principios de 1878, Roca se había propuesto terminar con el problema del indio y librar a la civilización los millares de kilómetros cuadrados que servían de guarida al salvaje. En abril de 1879 asumió el mando en jefe del Ejército Expedicionario y, con rapidez fulminante, completó la Campaña del Desierto. El General Roca daba cima, de este modo, a la última gesta imperial que han intentado las armas argentinas. Sus resultados fueron colosales. Más de quince mil leguas fértiles, sujetas a la depredación del indio, se incorporaron a la riqueza nacional, el peligro del malón quedó definitivamente aventado y la presencia del ejército disipó toda duda acerca de los derechos argentinos sobre la Patagonia, que el Tratado de 1881 ratificaría. Sería Roca asimismo quien durante su segunda presidencia, afirmaría la soberanía argentina en la Puna de Atacama e instalaría la primera base en la Antártica.

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Roca, que había dibujado con tanta energía y visión los últimos trazos del mapa argentino, ejercería también una influencia decisiva para consolidar la organización política del país. El 12 de Octubre de 1880 presta juramento como Presidente de la Nación. El Congreso acaba de federalizar la ciudad de Buenos Aires, poniendo fin así al postrer gran problema institucional. Y Roca expresa el lema de su gobierno: “paz y administración”, admirable anuncio de un nuevo estilo y de una nueva política que inauguraba en el país.

El militar-estadista tenía una concepción jerárquica de la sociedad, y sabía que la presencia de los mejores en los puestos de mando es requisito indispensable para la prosperidad y la felicidad generales. Con la generosidad de las almas grandes que no temen la proximidad del talento, Roca abrió las puertas de la función pública a los hombres de la Generación del 80. Había pasado el momento de las empresas guerreras y era hora de que la política y la diplomacia construyeran las bases del futuro argentino.

El país no había apartado sus ojos, hasta entonces, de sus problemas internos y había sido incapaz de poner fin a sus rencillas. La unión nacional constituía aún una mera fórmula y el odio entre facciones consumía las más caras energías. Roca comenzó por volcar la mirada del país hacia el exterior y por hacer comprender a sus compatriotas el papel que podríamos jugar en el concierto internacional. Bastó ese cambio de perspectiva para que surgiese la conciencia de objetivos comunes y para que, en torno a esos objetivos, cuajase la síntesis política que superó a todos los conflictos del pasado. Desde entonces, no habría más unitarios ni federales, provincianos ni porteños, autonomistas ni nacionales. El orgullo de ser argentinos y el propósito de construir un único destino nacional superaría todas las divisiones. Roca había acertado en la fórmula de unión. Quedaban echados los cimientos sobre los que se plasmaría una original nacionalidad argentina, y aquellos en los que se apoyaría el país para dar el gran salto hacia delante. Sólo veinte años de esfuerzo concertados serían suficientes después para que el mundo entero reconociera a la Argentina como la tierra del porvenir.

Cuando Roca asume la presidencia, el plan que él se había trazado en contacto con problemas fundamentales de la República que despertaron, ya en el soldado, inquietudes y visiones para el futuro gobernante, se despliega ante sus ojos como una invitación, y el militar victorioso se transforma en un orfebre. El país alcanza entonces un bienestar y progreso que antes ni después es superado. Se dictan leyes que mejoran instituciones; con anticipación a años venideros, se proyectan normas laborales y de justicia social; se abre camino a la cultura; se construyen rutas, vías férreas y telégrafos; se habilitan puertos; se multiplican las cifras del intercambio comercial; como en un cuento miliunanochesco, se transforma en esta Capital de aldea que era, en una de las mejores ciudades del mundo; se consolida la paz interna y también la externa sin desmedro del honor nacional; se enuncian normas y conductas de derecho internacional y se exige y se logra naturalmente, sin susceptibilidades propias de complejos de inferioridad, un tratamiento de igual a igual con naciones poderosas. No queda un solo aspecto vinculado al interés de la Nación sin recibir, durante las dos presidencias de Roca, el impulso hacia un progreso acelerado.

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Historiadores y políticos han solido criticar la obra de Roca y la generación del 80, y hasta les han atribuido la responsabilidad de algunas deformaciones estructurales que todavía nos afligen. Tal juicio, además de ser profundamente injusto, carece de fundamentos. No es posible apreciar la política de aquellos hombres ilustres con el mismo criterio que se aplicaría respecto a hechos y conductas actuales. La coyuntura histórica, las circunstancias y los problemas eran distintos, y Roca y su generación hallaron para ellos la mejor respuesta entonces posible. Sería ingratitud y grave error imputarles las consecuencias de la falta de visión de muchos de los que los sucedieron y que no supieron adaptar el país a las nuevas y diferentes situaciones.

Roca y su generación dieron al país lo mejor que tenían. Más todavía. Brindaron al mundo entero un ejemplo inolvidable de supremo sacrificio. Convencidos de que la fórmula de Alberdi, “gobernar es poblar”, era la clave para el progreso argentino, fomentaron por todos los medios la inmigración europea. Tenían puesto su corazón y su esperanza en la imagen de una Argentina habitada por las más laboriosas gentes del planeta, crisol de razas y fragua de una nueva y pujante nacionalidad. Y se dedicaron a realizar esa esperanza, pese a saber que su concreción significaría su propia muerte política, ya que serían inexorablemente desplazados por los hijos de los inmigrantes. ¿Qué otra elite dirigente ha dado tan señalada muestra de patriotismo y de entrega? Es pertinente y oportuno, pues, rendir este homenaje y tener un agradecido recuerdo para quienes, con el testimonio de sus vidas, demostraron lo que es posible realizar cuando los apetitos personales y los egoísmos partidistas ceden ante el interés de la patria.

No debo terminar sin puntualizar que Roca y su generación se destacaron por el realismo de sus actitudes y concepciones. Los levantados ideales hallaron siempre en ellos a paladines apasionados, pero las teorías no los entusiasmaban sino en cuanto constituían instrumentos de acción. Ese realismo condujo a Roca, entre otras cosas, a saber que la paz interior y exterior y que el respeto de las naciones extranjeras dependen en buena medida del poder con que cuente el Estado. Y Roca fortaleció al Ejército Nacional y reforzó la Armada, implementando al máximo su potencialidad de combate en alta mar, con la colaboración próxima de sus ministros Rivadavia y Betbeder. Durante su segunda presidencia, y bajo los ministerios de Campos y Ricchieri, se completó la modernización del Ejército. Las expediciones militares y navales, los viajes científicos, el relevamiento de las costas fueron jalones de una notable acción civilizadora y demostraron hasta qué punto los FFAA pueden constituir, no sólo puntales irremplazables de la defensa nacional sino, también, factores inestimables de engrandecimiento colectivo.

Expandidas sus fronteras, lograda la unión de su pueblo, conciente de su propia personalidad y de sus objetivos, lanzada hacia el progreso y respaldada su voluntad por la vocación de FFAA coordinadas y poderosas, puede afirmarse con Ricardo Rojas que la “Argentina recién después del 80 logró estabilidad, coherencia y eficacia como nación”.

Miremos hacia delante. Nuestra responsabilidad crece a medida que avanzamos en el curso de la historia y jamás ha sido tan grande como en la hora actual. El resurgimiento de la republica y su futuro grandioso dependen, como en la época de Roca, del trabajo, lucidez y audacia visionaria de sus hijos que impulsen la acción capaz de sobrepujar los horizontes más amplios y lejanos; de la conciliación y la paz asentadas en ideales nobles; del valor con virtud y la actividad con humanismo. Córdoba, que siente a la patria, ha querido llegar hasta este sitio para decir desde aquí que el General Roca no es una estatua que nos contempla, sino un arquetipo, un ejemplo que nos obliga.

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Próximas actividades:

7 de Octubre: a las 13 hs, en el tradicional encuentro semanal del Rotary Club Aires, disertará vía zoom, especialmente invitado, el Grl Raúl J Romero sobre el tema “1880-2020: A 140 años del primer gobierno del Grl Roca”. La misma será exclusivamente para socios de la Institución.

9 de Octubre: a las 19 hs, organizado por la Delegación Bariloche del Instituto Roca, el Historiador Eduardo Lazzari, dará una conferencia, vía Google Meet ,acerca de “Roca y la integración de la Patagonia al Estado Nacional”. El ingreso será libre a través de Google Meet  meet.google.com/dtg-gpvj-pmp

 

 

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